En la clínica, es cada vez más común encontrar adultos jóvenes y personas de mediana edad que viven con ansiedad constante, sensación de no ser suficientes y una voz interna crítica desgastante que les repite que lo están haciendo todo mal. A menudo, al rastrear estas manifestaciones, encontramos una historia de infancia marcada por dinámicas familiares disfuncionales, especialmente aquellas con figuras parentales con rasgos narcisistas y psicopáticos.
Este tipo de padres no siempre se presentan ante los demás como agresores evidentes. Muchas veces, operan con una sofisticación psicológica que les permite manipular, aislar y controlar a sus hijos sin necesidad de recurrir a la violencia física abierta. En su lugar, infunden miedo a sus hijos través de palabras, gestos y estructuras relacionales profundamente dañinas para el niño.
El miedo como mecanismo de sumisión
Los padres narcisistas con rasgos psicopáticos utilizan el miedo como un sistema de control prolongado. Según Forward (1997), estas figuras parentales “establecen una relación basada en la intimidación, donde el hijo no actúa por respeto, sino por temor a las consecuencias emocionales o físicas”.
El miedo puede generarse a través de amenazas veladas:
- “Algún día te vas a arrepentir de cómo me tratas.”
- “No sabes de lo que soy capaz si me haces enfadar”
Ese miedo también puede generarse mediante estallidos de ira impredecibles, que colocan al niño en un estado permanente de hipervigilancia, incapaz de anticipar cuándo o por qué será castigado por el progenitor.
Gaslighting: la distorsión de la realidad infantil
El gaslighting o luz de gas, es una forma perversa de manipulación donde la víctima comienza a dudar de su memoria, percepción o cordura. En contextos familiares narcisistas, esto es especialmente devastador.
Padres con estos rasgos suelen usar frases como:
- “Eso nunca pasó, eres un mentiroso/a, te lo estás inventando.”
- “Tú siempre lo exageras todo.”
- «Eso no ha ocurrido, no digas tonterías, lo habrás soñado.»
Esto hace que el niño se confunda, dude de sí mismo e internalice la idea de que no puede confiar en su propia percepción, generando lo que Herman (1992) describe como una fragmentación del yo, típica en víctimas de abuso psicológico prolongado.
Favoritismo y triangulación
Estos padres comparan a los hijos entre sí con la finalidad de generar celos, rivalidad y desconfianza, premian a un hijo y castigan al otro para reforzar el control y dividirlos.
Desvalorización y aniquilación de la autoestima
Una táctica frecuente de este tipo de progenitores es utilizar la humillación y la comparación constante:
- “¿Por qué no puedes ser como tu hermano/a?”
- “Me das vergüenza.”
- “Me has decepcionado, no esperaba esto de ti”
De acuerdo con la psicóloga Karyl McBride (2008), el niño; no es visto por el narcisista como un individuo, sino como una extensión de él. Cuando ese “espejo” no refleja lo que el narcisista desea, castiga al niño con burlas, desprecio y humillación, provocando que la autoestima del niño se vaya desintegrando lentamente, hasta que acaba introyectando los mensajes denigrantes de los padres.
Aislamiento emocional y dependencia forzada
Estos padres tienden a aislar a sus hijos de otras figuras importantes para ellos, bajo el pretexto de protegerlos o de que “no les conviene esa gente”.
Hacen que el niño sienta que solo el padre/madre “narcisista” lo entiende, creando una intensa dependencia emocional.
Como señala Shaw (2010), “una estrategia psicopática sutil es cortar los lazos emocionales del hijo con el entorno, haciéndolo dependiente únicamente de la figura abusiva para obtener validación”.
La manipulación emocional como forma de chantaje
Frases como:
- “Después de todo lo que hago por ti…”
- “Si me pasa algo, va a ser tu culpa.”
- «Solo deseo que tengas un hijo/a tan malo/a como tú.»
Aquí los progenitores abusivos, juegan el papel de víctima con la intención de que el niño se sienta culpable y para coaccionar obediendia. Si el niño se rebela, lo castigan con silencio, desprecio o amenazas de abandono. No son simples comentarios, son instrumentos de chantaje emocional que generan en el hijo una culpa tóxica. Esta culpa mantiene al hijo atado a la figura abusiva, incluso en la adultez, en una dinámica de lealtad forzada que impide el desarrollo de una identidad sana y autónoma.
El ciclo de idealización y desprecio
Tal como lo describe el psiquiatra Kernberg (1975), el narcisismo patológico opera mediante una oscilación constante entre la idealización y la devaluación. El mismo padre que dice al hijo de forma teatralizada: “Eres lo mejor que me ha pasado” puede horas después gritar: “Eres un inútil, no sé por qué te tuve, no me llegas ni a la suela del zapato”, cambiando entre «amor» y crueldad de forma impredecible.
Esto crea una relación de trauma bonding (vínculo traumático), donde el hijo se vuelve adicto a las migajas de afecto entre ciclos de abuso, confundiendo miedo con amor.
Conclusión
Criarse con un padre o madre con rasgos narcisistas psicopáticos no solo deja heridas psicológicas y emocionales profundas, sino que muchas veces imposibilita al niño (y luego al adulto) para reconocer qué es el amor sano, el respeto mutuo y los límites seguros. Estos progenitores adiestran y preparan al niño para sufrir posteriormente nuevos abusos a manos de otras personas con rasgos similares. El miedo que experimentaron fue una forma de control. Reconocer estas dinámicas es el primer paso hacia la desprogramación de la culpa y la vergüenza y también, el inicio de un camino de recuperación y sanación personal.
Referencias
- Forward, S. (1997). Padres que odian: superando el legado del abuso emocional. HarperCollins.
- Herman, J. L. (1992). Trauma and Recovery. Basic Books.
- McBride, K. (2008). Will I Ever Be Good Enough? Healing the Daughters of Narcissistic Mothers. Free Press.
- Shaw, D. (2010). Traumatic Narcissism: Relational Systems of Subjugation. Routledge.
- Kernberg, O. (1975). Borderline Conditions and Pathological Narcissism. Jason Aronson.